Margarita: cuando los hijos maltratan.
PARTE II
Texto: Daniela Rea
Fotos: Maria Ruíz
Análisis de datos: Georgina Jiménez
Ilustraciones: Rosario Lucas
Margarita* tenía 65 años cuando su hija la golpeó por primera vez. Después de ese momento, la escalada de violencia llegaría hasta dejarla en la calle.
“Mi hija se embarazó a los 14 años, como el papá de la niña no le daba para el gasto le dije que no le convenía y fue la primera vez que mi hija me pegó dos cachetadas”.
A diferencia de otros grupos de edad, que sufren mayormente las violencias en espacios comunitarios y laborales, las mujeres adultas mayores las padecen en su mayoría dentro del ámbito familiar; y dentro de este espacio los principales agresores son los hijos con poco más del 50%, seguido otro familiar con un 28% y de los hermanos con un 5.6%, según la Encuesta sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares del INEGI (2016)citada en el «Panorama nacional sobre la situación de la violencia contra las mujeres»
En casa de Margarita el maltrato y el insulto eran una cosa del día a día. Su hija no le daba de comer y le quitaba sus pertenencias.
“Yo ya no tenía valor para responderles, tenía mucho miedo, llegaba a la casa insultando”, recuerda Margarita. Y después de los golpes y las amenazas, vino el infierno cotidiano: le sacaban sus pertenencias (un día llegó y encontró su cama en el patio), le echaban cosas a la comida, le ponían cloro al garrafón. Todo para forzarla a salir. Y se fue a rentar un cuarto en una vecindad.
Retratos a Margarita. En sus tiempos libres Margarita teje blusas, bufandas, teje para sus amigas y teje también para conseguir ingresos económicos.
La Secretaría de las Mujeres, del gobierno de la Ciudad de México, cuenta con una red vecinal llamada “Red de Mujeres para el Bienestar” y dentro de ésta el Programa Red Mujeres SOS, que cada jueves acude en brigadas a distintas colonias para detectar riesgos, necesidades, violencias de las mujeres. Acude, escucha, atiende, canaliza, acompaña, es la idea.
A esa vecindad donde llegó a rentar Margarita después del desalojo de su casa, acudió una trabajadora social por parte de esa red gubernamental. Margarita le contó sus problemas y la trabajadora social la canalizó a una de las 27 Lunas -refugios temporales, diurnos y nocturnos- que la Secretaría de las Mujeres tiene en la ciudad para atender a mujeres que viven violencia. Ahí, además de hospedarla, le orientaron para poner una denuncia y recuperar su casa, lo cual sucedió en mayo del 2021.
A las Lunas y al Instituto de Envejecimiento Digno llegan también mujeres adultas mayores canalizadas por las vecinas. “No siempre son las víctimas las que denuncian ni sus familiares, muchas veces son las vecinas que nos contactan”, dice Ingrid Gómez, titular de la Secretaría de las Mujeres de la Ciudad de México.
Dos semanas después de poner la denuncia, autoridades judiciales llegaron a casa de Margarita y le advirtieron a la hija que tenía dos semanas para irse; lo siguiente sería un desalojo con granaderos.
Margarita recuperó su casa y la encontró, literal, hecha un desastre: le dañaron las tuberías, dejaron orines y excremento dentro de la vivienda. Sus cosas las arrojaron afuera.
“Llegaba y tenía miedo de que en cualquier momento me podía agredir mi hija, insultarme. Todo mundo me pregunta ¿qué hiciste que estás pagando? ¿Tu error de darle poder? Siempre acepté, siempre callé, tenía miedo de sus reacciones, y yo sentía esa culpa”, dice ahora.
Margarita llora cuando relata su historia en una oficina de las abogadas de la Secretaría de las Mujeres. Lo que no le cabe en la cabeza es que su propia hija le haya hecho eso. Le ha costado mucho trabajo salir de esa sensación de ser un “estorbo”, una inútil, una persona que ya mejor debería morirse.
Violencias acumuladas
En muchas ocasiones las adultas mayores no denuncian la violencia que sufren porque se trata de sus hijos y no quieren involucrarse en problemas legales y porque recae sobre ellas el estigma de que fallaron como madres. En muchos casos quien agrede es la única compañía con la que cuentan las adultas mayores, lo que las vuelve aún más dependientes de quien les agrede.
“Es muy complicado que tu red de afectos sea la que te lastima y te vulnere, tan complicado que muchas veces se justifica: mis hijos me cuidan, pero están cansados, pero tienen problemas, pero necesitan dinero”, dice la académica Verónica Montes de Oca, de la UNAM.
“Tuve que aprender a quererme”, dice Margarita y se limpia las lágrimas con un pañuelo de papel que hace bolita. “Y esto pasó cuando me di cuenta que no les importaba porque si me quisieran, no me hubieran hecho lo que me hicieron. Sentía que ellas tenían el derecho de hacerme sentir mal, pero ahora he aprendido que debo de valorarme y defenderme. Me gusta de mi que ya tengo valor, que ya me di valor de ser yo, lo que toda la vida perdí desde niña porque mi madre tenía un carácter muy fuerte, siempre nos regañaba, fui una niña violentada por mi madre y después tuve a mi hija mayor sola y tuve que trabajar y tuve mucha culpa por dejar a mis hijos. Ahora reflexiono que no es mi culpa”.
–¿Cómo fue que aprendiste a quererte, Margarita?
–Aprendí porque nadie merece ser tratado mal, porque todas somos personas y por eso valemos. Yo creía que mi vida no valía la pena pero hablar con otras mujeres en el refugio me hizo darme cuenta que sí vale y que todas valemos por ser mujeres.
*Los apellidos de Margarita se omiten para proteger su identidad
Margarita está contenta porque recuperó su casa. Aunque la desmantelaron por completo poco a poco ha logrado volverla un hogar de nuevo, amueblando y pintando con donaciones de personas que la aprecian