Por Eduardo Alvarenga | El Diario de Hoy
Solamente una cuarta parte de la población LGBTIQ+ en El Salvador cuenta con un empleo formal. Muchas de las personas que obtienen una plaza, enfrentan discriminación por su orientación sexual o identidad de género en sus espacios laborales, como Dakota y Alexander que han vivido acoso y humillaciones en sus empleos. Ahora algunas empresas implementan iniciativas para erradicar la exclusión y discriminación contra las personas de la diversidad sexual y garantizar espacios laborales seguros para todo el personal.
Son las 4:30 de la tarde en El Salvador. Dakota Ortiz, una joven trans de 19 años, se acomoda frente a la computadora en su habitación. Se coloca el headset y comienza su jornada de trabajo. Durante las siguientes siete horas y media conversará con clientes de diferentes partes del mundo, a miles de kilómetros de esa casa en una colonia de clase media en San Salvador.
Trabaja como agente de un call center salvadoreño que atiende llamadas de una reconocida cadena de hoteles a nivel mundial. La mayoría de clientes son de Estados Unidos.
“Hello, good afternoon. Thank you for calling (...) Kenny is speaking, how can I assist today?”, saluda Dakota en inglés fluido.
Kenny es el diminutivo del nombre que le pusieron cuando nació. Es el nombre que tiene que usar en su trabajo y como aparece en sus documentos de identificación, porque en El Salvador no existe una ley que facilite el cambio en razón de la identidad de género.
Con este trabajo, Dakota forma parte de un reducido porcentaje de la población de lesbianas, gais, bisexuales, trans, intersexuales, queer y otros (LGBTIQ+) que tuvieron acceso a un empleo formal en El Salvador.
Poseer un empleo formal le ha permitido a Dakota seguridad económica. De ello paga el alquiler de su habitación y servicios básicos. Foto EDH / Yessica Hompanera.
Uno de los impactos de la discrimininación estructural que viven las personas LGBTIQ+ es la exclusión del mercado laboral y de espacios educativos que proveen los requerimientos para obtener un empleo formal. En El Salvador no existen políticas que favorezcan la empleabilidad de las personas de la población LGBTIQ+, lo cual abandona a muchas personas en el desempleo o dependientes de trabajos informales sin derechos laborales.
Un estudio realizado por la organización Comcavis Trans documentó que en 2020 y 2021, casi la mitad de la población LGBTIQ+ vivía en desempleo. Solamente 24% contaba con un contrato de trabajo, mientras 11% dependía un empleo informal y 2% ejercían el trabajo sexual. Además, un 13% se ocupaba a través de un emprendimiento o negocio propio y solamente el 2% estudiaba.
Un CV diverso
Dakota es emprendedora, siempre fue así, pese a las barreras de una sociedad que discrimina. Testimonio de eso son los emprendimientos formales e informales que ya se acumulan en su currículum, además del bachillerato de técnico vocacional en Infraestructura Tecnológica y Servicios de Informática. Como cualquier otra persona, canaliza sus ingresos a su sustento diario y a lograr sus objetivos personales. En su caso su transición.
De adolescente, estudiaba en el Instituto Nacional de Izalco (INI), Sonsonate, de donde es originaria. Siempre sacaba notas excelentes, sobre todo en Lenguaje y Literatura en la que sacó un promedio final de 10. Astuta, lo aprovechó para ingeniarse un pequeño emprendimiento en la biblioteca.
Iba a la hora del almuerzo para resolver las tareas de los libros por adelantado. Luego, alquilaba su cuaderno a sus compañeros y compañeras del instituto. O, a veces, la pagaban para hacer las tareas ella misma. Los profesores nunca se dieron cuenta. Según Dakota porque tiene la habilidad de cambiar la forma de su letra. De ese negocio sacaba hasta $20 semanales. Así costeó sus primeros tratamientos hormonales.
También trabajó de panadera en su pueblo natal. Era un negocio pequeño donde no le ofrecieron contrato, pero con el sueldo tuvo posibilidad de comenzar a independizarse económicamente de su familia, que nunca aceptó que era mujer trans ni mucho menos su proceso de transición que haría más visible su identidad de género
Dakota creció con sus tíos y su abuela materna, con quien era muy cercana. Desde hace años, su mamá se fue a México en busca de mejores oportunidades. Mantienen contacto a distancia, pero no muy frecuente.
Al cumplir los 18 años, Dakota se fue de su casa. Se hubiera ido antes, pero se quedó por su abuela.
“Yo esperé a que se muriera mi abuela para irme de la casa. Era la única que me defendía. Tenía 17 años cuando murió por diabetes”, explica.
Desde que era adolescente, Dakota ha trabajado para independizarse y costear su transición. Foto EDH / Yessica Hompanera.
Fue a inicios de 2021. Dakota llegó con nada más que $8 a San Salvador, donde una familiar le dio posada hasta que Dakota pudiera estabilizarse económicamente y alquilar una habitación. En ese entonces, comenzó su emprendimiento más reciente, uno que mantiene hasta la fecha.
Dakota produce contenido explícito que publica y comercializa en plataformas digitales como Only Fans, Lover fans, Whatsapp e Instagram. Al principio hacía videos en vivo con una cámara web, pero hoy le es más rentable producir fotos y videos, y subirlos a las diferentes plataformas para generar suscripciones.
Le garantiza ingresos adicionales pero son fluctuantes y durante el año y medio que lleva produciendo contenido explícito han habido períodos que las ventas decaen. Necesitaba asegurar un salario fijo para afrontar el alquiler del cuarto y sus gastos para subsistir.
Dakota tuvo oportunidad de invertir parte de sus ingresos en diferentes cursos de inglés en academias privadas. Su nivel alto de este idioma, calificaba para los empleos en los call center y decidió aplicar. Firmó con el primero que le llamó.
Según Dakota trabajo sí hay, pero las oportunidades para las mujeres trans son pocas y por eso, ellas tienen que acoplarse. En el caso de Dakota, aplicar al call center como hombre.
“Si no querés trabajar en una esquina, porque es lo que la sociedad te ofrece. ¿Por qué me tengo que acoplar? Porque no hay identidad de género todavía en el país, no puedo ir a pedir a la empresa que me cambien (el nombre), si no hay nada que me respalde”, explica.
El proceso de reclutamiento fue normal, dice. No se sintió discriminada. Además, le dieron la opción de trabajar en forma remota desde su casa. Esto le convenció porque pensó en el alivio de tener que enfrentar las miradas juzgadoras que encuentra cada vez que usa el transporte público. Sin embargo, en el día a día, no todo es color de rosa.
“Hay supervisores que me han tratado de ‘¿qué pasó chele? ¿Qué ondas, viejo? Y uno siente que lo hacen, literal, por fregar (molestar). Otra vez, cuando pedí ayuda a un supervisor por un canal interno, a él se le olvidó apagar su micrófono y escuché sus comentarios de burla. Lo enfrenté inmediatamente y le pedí que me respetara”, relata
Casos LGBTIQ+ invisibilizados en Ministerio de Trabajo
En 2021, Alexander Barrera de 22 años, presentó una denuncia al Ministerio de Trabajo por varios incidentes de discriminación y acoso sexual en la agencia de publicidad donde trabajaba. Su nombre real ha sido alterado en este reportaje para resguardar su seguridad personal y no afectar sus oportunidades de desarrollo profesional.
Alexander se identifica como bisexual y luego de ser rechazado por su familia, abandonó su hogar. Tuvo que buscar un empleo que le permitiera pagar un lugar para vivir y continuar con sus estudios de mercadeo en una universidad privada en San Salvador. Conseguir el empleo para él no fue muy complicado.
Feria de Empleo Diverso organizada por la Embajada del Reino Unido en El Salvador junto con empresas que promueven políticas de no discriminación. Noviembre, 2022. Foto EDH / Eduardo Alvarenga
“En la entrevista no tuve ningún cuestionamiento por mi apariencia, tampoco cuando estuve trabajando desde casa”, recuerda Alexander, que empezó a trabajar como creador de contenido para diferentes clientes de la agencia.
Pero la historia cambió durante un evento al que tuvo que asistir para hacer fotos y videos. Su jefa le pidió que no se volviera a presentar a los eventos con pelo teñido. Él cedió y modificó su presentación. Pero sintió que la petición fue injusta, porque no estaba motivada por un código de imagen empresarial establecido.
“Otras compañeras mujeres que están en puestos iguales al mío sí andaban con las cabelleras pintadas como yo”, asegura.
Por esos días, superados los peores momentos de la pandemia de Covid-19, la agencia pidió a sus trabajadores que iniciaran trabajo presencial en las oficinas. Alexander trató de llevarse bien con sus colegas de trabajo, pero había comportamientos que le incomodaban y él no se callaba. Particularmente, cuando hombres hablaban en forma sexualizada de otras compañeras. Él les manifestó su desacuerdo y a partir de ello, inició una persecución y acoso hacia él.
“Vos porque sos maricón”, le decían.
El acoso y la homofobia afectaron a Alexander quien la pasaba mal en su trabajo. La situación empeoró, cuando un supervisor de la empresa, se le empezó a insinuar. Lo disimulaba con bromas. Así de forma sutil, creó espacio para poner en duda que su acoso sexual se podría interpretar como otra cosa. Hasta que un día, durante una reunión de trabajo, el supervisor le tocó las piernas.
El joven decidió denunciar y fue al Ministerio de Trabajo. A la empresa se le ordenó que el supervisor ya no podía tener contacto con Alexander. Pero semanas después, la empresa le obligó a firmar un contrato de confidencialidad.
“Yo sentí que eso fue una represalia”, explica.
Alexander ya no se volvió sentir cómodo en la empresa. Pese a que él fue la persona agredida, finalmente prefirió renunciar.
A pesar de que el caso de Alexander fue recibido por el Ministerio de Trabajo, según esa institución no hay registro de denuncias por vulneración a personas LGBTIQ+.
El Diario de Hoy solicitó la estadística, en versión pública, de denuncias recibidas de casos de acoso hacia personas LGBTIQ+ en ambientes laborales de los últimos cinco años. En su resolución, la institución declaró inexistentes los datos.
Situaciones como las vividas por Dakota y Alexander no son casos aislados. Demuestran que aún las pocas personas LGBTIQ+ que vencen la exclusión y obtienen un empleo formal, enfrentan discriminación en los espacios laborales.
A inicios de 2022, las organizaciones Comcavis Trans y Ormusa, publicaron un estudio sobre la discriminación y violencia contra la población LGBTI en El Salvador. Según los resultados, el ambiente laboral es el tercer sitio (17%) donde ocurre más discriminación. Está precedido por la convivencia comunitaria (33%), y la familia (26%).
Aunque no hay información sobre qué tan frecuente es en El Salvador que personas LGBTIQ+ son obligadas a modificar su apariencia en sus empleos, casos similares de Costa Rica, recopilados y analizados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) dan una idea de qué tan normalizado es este tipo de discriminación.
Según el informe Orgullo (Pride) en el trabajo, para conseguir un empleo todas las personas renuncian a ciertos gustos o preferencias, al usar uniforme o asumir un código de vestimenta. Pero esto no es comparable con el impacto y las consecuencias de tener que ajustarse a una determinada forma de vestirse o verse en la obligación de ocultar la orientación sexual o identidad de género, como muchas personas sexualmente diversas lo hacen para evitar los tormentos.
La OIT asegura que, en los casos de las personas de la diversidad “se trata de un rasgo de identidad esencial, una parte de identidad de la persona”, que no se trata tan solo de “adecuarse a un molde”, sino que se obvian las profundas raíces de la discriminación contra la población LGBTIQ+, que la finalidad no es hacer cambiar a la persona, sino ocultar para no ser objeto de la discriminación por homofobia o transfobia.
Eduardo Madrid, director del Refugio Santa Marta para jóvenes LGBTIQ+ coincide con la conclusión del estudio costarricense.
“Este problema es a consecuencia de la construcción social de odio hacia la población LGBTIQ+. Tenemos sistemas sociales que se ven reflejados en empresas privadas, donde se mantiene este gran aparato de opresión contra todo aquello que no es masculino”, explica Eduardo Madrid.
Un escudo digital para resguardarse de la sociedad
Para Dakota acostumbrarse a vivir en la ciudad no ha sido fácil. Aún casi dos años después, le cuesta.
En Izalco, siempre veía las mismas caras y todo mundo se conocía de vista. Su expresión de género como persona trans ya no era novedad para las y los habitantes. En San Salvador, recibe reacciones transfóbicas a diario.
Algo tan cotidiano, como subirse a un bus y caminar por el pasillo, se siente como un linchamiento público por la gente que se le queda viendo con miradas de sorpresa, juzgadoras y hasta de repudio, dice.
Para escaparse de estos momentos de incomodidad, Dakota siempre se pone sus audífonos con música. Una de las canciones que le gusta escuchar es Stressed out de 21 Pilots:
“I was told when I get older, all my fears would shrink, but now I'm insecure, and I care what people think”. (“me dijeron que cuando fuera mayor, todos mis miedos se iban a reducir, pero ahora soy inseguro y me importa lo que la gente piensa”).
Es una canción que representa mucho para ella.
Salir de la casa como mujer trans implica enfrentarse a las miradas y la murmuración de la gente. Dakota se escuda con sus audífonos y la música, que la ayuda a distraerse de la transfobia. Foto EDH / Yessica Hompanera.
“Los miedos que traemos aferrados desde pequeños son los grandes monstruos que nos afectan ya de grandes. En mi caso mi cuerpo, mi apariencia física, o creer que al crecer nadie se dará cuenta, pero es aún mayor la amenaza de la sociedad que alimentan inseguridades”, comenta.
Por lo mismo, no dudó en aceptar el empleo en el call center con tal de evitar las salidas y el transporte cada día. Pese a que tiene que presentarse como hombre y ha tenido experiencias de discriminación en el trabajo virtual, le da oportunidad de resguardarse en su habitación y exponerse lo menos posible a la discriminación en la calle.
Paradójicamente, la exposición pública es clave en su emprendimiento de contenido explícito, y no solo tiene la libertad de ser ella misma, sino que sus clientes la remuneran por serlo. Pero Dakota asegura que prefiere comerciar su contenido con personas extranjeras. Con seguidores salvadoreños, dice, siente temor al acoso y llegar a sufrir violencia.
“Si me doy cuenta que un seguidor es salvadoreño, mejor lo bloqueo”, explica.
En el call center gana $600 de sueldo base y con los bonos llega a $900. Las suscripciones en sus cuentas de contenido explícito le generan un ingreso que en su mejor mes alcanzó hasta los $500.
Su meta es incrementar esa ganancia y ahorrar para realizarse dos cirugías, parte de su proceso de transición. Sueña con viajar a Colombia porque ha visto a cirujanos expertos en intervenir a mujeres trans.
Iniciativas de Inclusión
Los call center en El Salvador son empresas que desde su proliferación han sido vistas como permisivas con la imagen de sus empleados. Sin embargo, esa permisibilidad no siempre se traduce en otorgar espacios seguros para las personas LGBTIQ+, como lo ha vivido Dakota. Por esta razón, la consultora White Fox, ha creado el Índice de Inclusión y Equidad Empresarial (IIEE).
Esta certificación trabaja varios temas: equidad de género, personas con discapacidad, personas que viven con VIH y otras condiciones médicas crónicas, población LGBTIQ+, otras minorías (como nacionalidad, etnia y religión) y proactividad y promoción.
“Básicamente, lo que nosotros hacemos es acompañar a las empresas para que implementen diferentes políticas, procesos y procedimientos en los ejes que tenemos”, detalla Ramón Candel, director de la consultora y creador de la certificación.
La certificación dura aproximadamente nueve meses y contempla una serie de acciones para lograr cambios positivos en los ambientes laborales, explica Candel. Se realiza una auditoría que incluye la revisión de procesos internos y dinámicas como grupos focales, para establecer si existen casos de discriminación. Una vez otorgada tiene vigencia por dos años y, si la empresa lo desea, puede solicitar renovarla a través de una nueva auditoría.
Desde 2017 y hasta la fecha, han certificado a siete compañías salvadoreñas y guatemaltecas, entre ellas dos call center. Tres empresas más están en proceso de certificarse.
Retrato de Carlos Aguilar en el muro con las canvas hechas por empleados del call center. La actividad de arte fue hecha por la empresa durante 2022, en apoyo a la diversidad dentro de la compañía. Foto EDH / Yessica Hompanera.
Carlos Aguilar trabaja en Telus, que ha recibido la certificación del IIEE en 2019 y 2021. Ocupa un alto cargo como gerente de una de las cuentas de la empresa. Tiene sobre sus hombros un equipo de 550 personas y su liderazgo le ha permitido ser un referente en el trabajo de inclusión.
Este año, después de la conmemoración del mes del Orgullo en junio, él y otros 11 líderes de la compañía iniciaron con Spectrum, un comité de empleados que comenzó a desarrollar acciones de inclusión dentro de la compañía. Ha organizado conversatorios, talleres de expresión artística sobre lo que significa ser una persona LGBTIQ+ y otras actividades educativas.
La empresa cuenta con baños neutros, producto de las sugerencias de la certificación en 2021. La certificación implica una política de cero tolerancia a cualquier forma de burla o discriminación.
Los baños neutros no obligan a escoger el sanitario según un género y están adecuados para personas con discapacidad física. Foto EDH / Yessica Hompanera.
“Se insiste y se refuerza a cada uno de los colaboradores la posibilidad de reportar cuando algo de esto no se cumpla. Yo podría reportar en cualquier momento que me he sentido discriminado”, explica Carlos.
Con cada reporte se activa un protocolo de retroalimentación inmediata y de buscar una conciliación en caso que sea necesario.
“Se busca, más que una reprimenda como tal, una sensibilización del tema y un paro a la discriminación”, agrega Carlos.
En contraste al call center donde trabaja Dakota, en Telus trabajan con el nombre de preferencia de las personas para respetar su identidad pese a que en los documentos aparece otro nombre.
“Si reclutamiento tiene esa información (la identidad de género u orientación sexual) de todas las personas desde un inicio porque la persona lo expone en el proceso de selección, nos informa a RRHH y damos visibilidad al nombre de preferencia para la identificación en ciertos reportes, papelería y algunas cosas que no son oficiales”, explica Ana Ordoño, del área de recursos humanos.
Talleres para empoderar en derechos laborales
Otra de las iniciativas que buscan generar un impacto de las vivencias de las personas LGBTIQ+ en los ambientes laborales son las capacitaciones de la Escuela del Mundo del Trabajo. Esta es impartida por Amate, una organización no gubernamental que trabaja temas de feminismo y derechos LGBTIQ+.
Durante 10 sesiones que comenzaron a inicios de noviembre, llevaron a cabo un proceso de sensibilización con distintos sindicalistas del país, agrupados en la Federación de Asociaciones y Sindicatos de El Salvador (FEASIES) y empleados de empresas privadas. El proyecto busca generar conocimiento sobre los derechos laborales para que las personas LGBTIQ+ puedan exigirlos.
Samuel Portillo es uno de los facilitadores en la Escuela del mundo del trabajo. En sus talleres informa sobre las formas de discriminación y violencia hacia personas LGBTIQ+ en espacios laborales. Foto EDH / Eduardo Alvarenga.
Gonzalo Montano es secretario de formación en Amate. Considera que ha habido un retroceso en las políticas públicas. El actual gobierno suspendió algunos esfuerzos que el Estado tenía en el tema. Por ejemplo, en el Ministerio de Trabajo se había creado la Ventanilla para el Trabajo LGBTIQ+, pero con la disolución de la Secretaría de Inclusión Social, que articulaba estos programas, este servicio dejó de funcionar.
El activista apunta que los programas no eran perfectos. Por ejemplo carecía de un registro desagregado que clasificara a las personas según su orientación sexual o identidad de género. También se ofrecían plazas que reproducían ciertos estereotipos, como plazas de estilistas que requerían a hombres gais o vacantes para agentes de seguridad privada que buscaban a mujeres lesbianas.
Aún con estos defectos, representaban un avance para promover los derechos laborales de la población LGBTIQ+ desde el Estado, y para Gonzalo su cierre es una retroceso lamentable.
El sueño de Dakota
Mientras tanto, Dakota sigue atendiendo las llamadas de clientes a quienes saluda como Kenny, desde el aislamiento y la protección de su habitación.
Ella sabe, por amigas que trabajan en Telus, que esa empresa ofrece un ambiente laboral de respeto hacia las personas LGBTIQ+. De hecho, una de las tres empresas a las que aplicó en un inicio fue esa, pero recibió respuesta positiva primero del call center donde trabaja actualmente.
No descarta aplicar nuevamente en esa compañía, donde tenga asegurado poder alzar la mano y exigir respeto.
Dakota espera algún día cumplir su sueño de completar su proceso de transición, para ello ahorra gran parte de sus ingresos, lo que le permitirá pagar algunas cirujías. Foto EDH / Yessica Hompanera.
Recuerda que hace años, cuando cursaba bachillerato, participó en un concurso de poesía. Pese a su inseguridad personal, su poema sobre su sueño de algún día encontrar un lugar seguro, ganó el primer lugar.
“Sueños míos, donde siempre quisiera estar, es ahí el lugar donde no soy la vergüenza de mamá y papá. Donde nadie te juzga por tu orientación sexual”, dice parte del poema Sueños.